El barrio del Raval se situó entre las segundas murallas de Las Ramblas (1260) y las terceras y últimas de Les Rondes (1336-87). Allí convivieron los establecimientos, los servicios y las actividades considerados molestos con los campos de cultivo, la casa campesina y la casa gremial. Las frustradas expectativas de crecimiento en la Baja Edad Media dejaron una gran cantidad de suelo disponible que propició la instalación de numerosos edificios religiosos como consecuencia del apogeo del catolicismo que caracterizó la época. El periodo culminante de este largo proceso que convirtió al Raval en un barrio de conventos lo podemos situar entre el siglo XV y la acción desamortizadora de Mendizábal en 1837. Su enumeración sería extensísima.
Sobre la zona en que se centró el estudio pocas fueron las transformaciones que se produjeron durante el absolutismo ilustrado y la revolución industrial si exceptuamos la apertura de la calle Joaquín Costa y la interesante urbanización sobre los antiguos terrenos del Convent del Carme realizada en 1875.
El centro de atención de la ciudad se trasladó al ensanche Cerdà y esta zona del Raval quedó como un núcleo olvidado, con una importante presencia de grandes edificios muchos de ellos en desuso y situados en una trama típicamente medieval que dificultaba su acceso peatonal y rodado. Un mundo lleno de posibilidades en pleno centro de la ciudad e ignorado por la mayoría de los barceloneses.
El primer Ayuntamiento democrático empezó a interesarse por el barrio y en julio de 1980 encargó un estudio sobre las posibilidades que el Convent dels Àngels, la Antiga Casa de la Caritat y la Antiga Casa de la Misericòrdia, pudieran ofrecer para acoger nuevos usos que les dieran un renovado sentido y actuaran como locomotoras de revitalización de toda esta parte de la ciudad. El trabajo debía proponer también una ordenación de los espacios libres y una propuesta de accesibilidad que se suponía que los nuevos usos exigirían.
La ambigüedad del encargo resultó beneficiosa para el desarrollo del trabajo en el sentido de que los objetivos del proyecto y la propia área del estudio fueron concretándose y evolucionando paulatinamente según su propia lógica interna.
Al paulatino conocimiento de factores preestablecidos (estado patrimonial del Ayuntamiento y la Diputación, criterios rígidos y entonces inamovibles del Plan General Metropolitano, relación de los edificios catalogados por su interés histórico y artístico, conciencia de los orígenes, crecimiento e importancia histórica del Raval, la evolución de sus usos…) se le fueron superponiéndolos primeros tanteos sobre las reformas y ampliaciones de los edificios importantes, sus posibles nuevos destinos, los nuevos vaciados urbanos que les debían dar marco, el reforzamiento y nueva creación de recorridos peatonales, la accesibilidad rodada, los nuevos aparcamientos… y el cómo representar todo aquello. Y de esta manera se fue configurando una zona de estudio alargada y que centrada en los tres grandes conjuntos citados se extendía paralelamente a Les Rambles desde el Liceu hasta el Seminari.
Desde un buen principio el proyecto miró el barrio desde lejos, desde las alturas, y lo entendió como un bajorrelieve en el que un escultor con delicada herramienta hubiera ido practicando unas sutiles incisiones en una masa compacta y uniforme. Estos vaciados eran muy variados y los había alargados, rectos, curvos, rectangulares, cuadrados, regulares, irregulares, cambiaban de anchura y de longitud y todos ellos constituían un conjunto extraordinario.
El proyecto partió de la convicción de que el protagonista y el valor indiscutible del Raval era la riqueza y variedad de estas extracciones, muchísimo más complejas y ricas que las del ensanche o que las inexistentes en el suburbio periférico. Las ramblas, calles, plazas, jardines cerrados, pasajes y galerías se relacionaban entre sí configurando un tejido variadísimo y complejo que el proyecto quería entender, respetar, consolidar y continuar.
Y esta riqueza y variedad del espacio público alcanzó un altísimo nivel de obra de arte excepcional gracias a la colaboración imprescindible de una arquitectura sabia y discreta que tenía como principal objetivo el definir y cualificar los vacíos que tenía alrededor, formando con la ciudad un todo indisoluble.
El proyecto empezó con un dibujo en un gran papel vegetal de 1 x 4 m en el que se representó la zona escogida y con especial atención todas las plantas bajas de los edificios importantes. La realización necesariamente lenta del dibujo facilitó el descubrimiento paulatino de las maneras que utilizaron los arquitectos del Liceu, de La Virreina, del Teatre Romea… entre otros muchos, para manipular los modelos académicos establecidos y transformarlos en organismos más complejos al servicio directo del entorno urbano en que estaban situados. Todo lo contrario de lo que representaron el Institut Antituberculós (1936) y posteriormente el MACBA (1995), concebidos como edificios aislados ajenos a la ciudad e incapaces de generar un espacio público controlado y digno a su alrededor. Lo que hicieron en realidad fue lastimarlo y que aparecieran por primera vez en el barrio un sin número de rincones, vallas, rejas, medianeras eternas y visiones impúdicas de interiores de manzana abiertos a calles y plazas.
La actuación más radical y arriesgada del proyecto fue la propuesta de creación de una gran plaza de 130 m de largo y 52 m de ancho que ponía en evidencia y relacionaba a los cuatro grandes protagonistas del barrio: el antiguo Convent dels Àngels, la antigua Casa de la Caritat, el conjunto de La Misericòrdia y la magnífica urbanización del Carme. Se la imaginó como una explosión de espacio y luz a la que se accedía a través de unas callejuelas estrechas, bañadas por su característica luz cenital. Un vacío sin árboles, con un pavimento duro y que contenía en su interior el testimonio de dos edificios históricos aislados: la Església dels Àngels con su capilla anexa y el precioso edificio gótico de la Antiga Casa dels Infants Orfes.
Tres grandes aparcamientos conectados entre sí por un pasaje subterráneo convertían toda la zona en una cómoda área peatonal.
Se iniciaron los primeros derribos y de acuerdo con lo previsto se edificó el rincón sur de la gran plaza. Se recuperaron y consolidaron partes del viejo convento y se le yuxtapusieron diversas piezas heterogéneas que tapaban visualmente medianeras, fachadas traseras, patios de vecinos, evitaban rincones y abrían nuevos accesos y nuevos caminos peatonales.
La pieza más importante del conjunto no podía ser mayor de lo que acabó siendo, en realidad una pantalla de muy poca profundidad que debía acoger unos usos que siempre fueron imprecisos y cambiantes. El proyecto intentó disimular todas estas circunstancias y no olvidar que su misión fundamental era la de contribuir a ceñir el gran espacio público que tenía enfrente y dar al mismo tiempo una primera referencia sobre el carácter monumental que se quería dar a la futura plaza.
Algunos cambios en el Plan General Metropolitano y una paulatina concreción en los contenidos de los edificios permitieron en 1987 avanzar en la definición de derribos, ampliaciones de edificios y formalización de los espacios urbanos alrededor de la antigua Casa de la Caritat. Los cambios fueron fundamentalmente dos.
Por un lado se abandonó, por su excesiva rigidez, la idea de la ampliación del edificio a base de continuar su estructura de patios abrazados por crujías iguales y estrechas y se propuso conservar sólo el precioso Pati de les Dones y dar más libertad a las futuras construcciones.
Y por otro lado el cambio de calificación de los solares entre la Casa de la Caritat y las viviendas del Carrer Tallers permitió proponer una nueva edificación que escondiera sus traseras y definiera un nuevo espacio público que relacionara la Casa de la Caritat con uno de los lados del conjunto de la Misericòrdia.
Aparecieron así una nueva serie de plazas de distintas medidas y caracteres abrazadas por los grandes edificios y siempre relacionadas entre sí por calles estrechas. Las nuevas construcciones se imaginaron permeables peatonalmente en planta baja,siguiendo los ejemplos del Hospital de la Santa Creu o de la propia Casa de la Caritat, ejemplos magníficos de cómo grandes volúmenes no rompen la escala miniada del barrio y eran capaces de permitir recorridos alternativos y ofrecer en su interior espacios tranquilos de un gran confort y amabilidad.
Muchas de estas propuestas no se siguieron.