Los muros ciegos de las medianeras enmarcan el gran patio abierto - con la escalera, el ascensor, las galerías y los puentes de acceso a las viviendas - y se ven con mayor dignidad a pesar de su absurda presencia por el cambio brusco de alturas en una misma isla que permiten las obligadas normas urbanísticas.

El pequeño apeadero de Sant Vicenç dels Horts, a las afueras de la pequeña villa rural, ha quedado en el centro de la nueva ciudad del cinturón metropolitano. La línea, por la topografía, transcurre elevada respecto al casco histórico y a nivel con la periferia posterior. Nunca ha existido más que una plataforma y un innumerable paso inferior, bajo y estrecho. El proyecto hace coincidir la estación subterránea y el paso peatonal a través. Cada una de las dos vías salva en viga puente el espacio del vestíbulo y deja entre ellas una entrada de luz natural que coincide con el ancho del único andén central. La marquesina que lo cubre se prolonga como cubierta de este espacio, que ofrece así una dimensión y un carácter adecuado a su función pública. Para separar los trenes de este pozo de luz y evitar la lluvia se levantan dos paredes exentas recortadas como metáfora del ferrocarril.