Barcelona siempre se ha caracterizado por tener una especial sensibilidad y respeto hacia su pasado, pero a su vez por su contundente apuesta de futuro y vanguardia. Las Arenas es un claro ejemplo de ello, y pone de manifiesto la confluencia de ambos conceptos: respeto arquitectónico historicista y apuesta tecnológica. La antigua plaza de toros, en desuso desde 1989, tras más de un siglo se había convertido en un símbolo. No tanto por su valor arquitectónico como por haber quedado grabada en la retina de los ciudadanos. De ahí que el proyecto arquitectónico se orientase hacia su mantenimiento, como una segunda piel exterior de la nueva edificación. Sin embargo, tal preservación comportaba una gran complejidad técnica: en primer lugar, por su deterioro físico evidente; y en segundo, por su extraño nivel, a 4m de altura sobre las calles perimetrales. El esfuerzo técnico tenía como objetivo presentar la forma cilíndrica, contundente y atípica. La solución para conseguir crear una nueva fachada bajo la fachada existente consistió en crear una gran vía perimetral de hormigón armado visto a la que se transmite el peso superior. También de forma temporal, toda la fachada se apoyaba sobre una corona metálica circular. Una vez restaurada, pasaría a ser una especie de doble piel exenta de contacto directo con la nueva edificación. Una pasarela metálica circular cumpliría una triple función: atirantamiento, pasillo de evacuación contra incendios y servicios, instalaciones y aprovisionamiento de mercancías. El edificio cuenta con un enorme vacío central, a modo de hall de recepción a todas las actividades del complejo, comerciales, lúdicas y de ocio, desde donde observar la vida y efervescencia de movimiento del conjunto. La cubierta del edificio fue otro de los grandes retos de resolución técnica y estructural, pues se independizó del resto de la edificación para remarcar su sentido de flotabilidad. Allí se dispone una de las mayores cúpulas de Europa, con multitud de usos y posibilidades, así como un paseo perimetral desde el que disfrutar la magnífica vista de Barcelona, a 27 m de altura y con más de 300 m lineales de recorrido. Un espacio abovedado especial en el contexto de una ciudad que siempre ha carecido de estos, y que remarca la singularidad del proyecto; siempre en línea con la identidad de Barcelona. Y un proyecto desarrollado en partnership con Richard Rogers, aportando y complementando puntos de vista para ir más allá de los objetivos marcados inicialmente.