El proyecto supuso una oportunidad para volver al barrio de una forma interesada; se trataba ya no de una visita lúdica, de un descubrir a su gente, sus bares, su aroma... sino más bien de una comprobación del lugar con el afán de identificar lo que nos permitiera revelar sus cualidades y poder describirlo de forma precisa a propósito de un proyecto.
Un intento, en definitiva, de querer contar una realidad, de ofrecer un nuevo y más completo sentido a un proyecto de arquitectura, más allá de resolver un programa, un encargo.
Ya en el concurso para el mercado hicimos un collage con unos peces de César Manrique, unos dibujos para niños que podían contener y explicar la alegría de esa gente, su vivacidad, su energía, su ilusión todo y muchas, a menudo, dificultades.
El Mercat siempre ha sido un elemento de cohesión social de barrio, un referente, a veces casi secreto y sólo visible para sus habitantes. Esta condición de densidad que tiene el mercado con relación a la ciudad debió de ser una condición del proyecto, de modo que el edificio y su entorno más inmediato realmente devenían un punto de referencia claro de esta pequeña parte de la ciudad de Barcelona.
Es sorprendente ver ahora las fotos que hicimos del mercado durante la construcción, cuando las piezas, los huesos, de este enorme animal, se iban transportando por las calles hasta su sitio definitivo. Es hermoso pensar en el recuerdo de estos pedazos transportados a lo largo de las mismas calles; como un vecino, testigo del mismo modo del edificio o, al menos, algún fragmento del mercado.