El Edificio 111 en Barcelona investiga y experimenta con la idea promover la comunicación, relaciones y familiaridad entre vecinos, para que el vecindario actúe como primera estructura en la sociedad, revirtiendo la tendencia hacia el aislamiento e individualidad.
El centro del proyecto es un gran vacío, ocupado por tres árboles y una fuente, rodeado de balcones y terrazas, a modo de gran teatro cuyo patio de butacas está rodeado de lonjas y galerías que se abocan a él. Aquí, los vecinos salen a hacer vida en sus balcones y se asoman para relacionarse o mirar el paisaje a través de una enorme apertura que enmarca el Parque de Torrebonica. Este patio comunitario es una plataforma de relación social, donde la gente de procedencia y cultura muy diversa se comunica y entabla amistad: el gran vacío los une.
A este centro vacío se llega por una excavación del gran macizo que es el edificio hacia el exterior. El camino desde la calle hasta el interior de las casas, atravesando este gran patio, está modulado en una secuencia de escaleras y un cambio progresivo desde el ámbito más abierto y público hasta el ámbito más íntimo y privado del hogar. Los cierres se desdibujan y desdoblan en pliegos superpuestos para acordar uno y otro extremo, trabajando sobre el límite para graduar la relación entre lo público y lo privado. De un extremo a otro, del dormitorio a la calle, el recorrido es variado y siempre distinto. Saludarse en familia se mezcla con los saludos a los vecinos del patio, por lo que este se convierte en una extensión del núcleo familiar, donde amigos y conocidos acompañan el día a día en una segunda escalera de privacidad. La tranquilidad con la que las madres dejan que los niños vayan a jugar al patio, donde la compra cotidiana puede confiarse a los demás, donde la puerta de casa se abre para invitar a pasar con naturalidad, confirma que la arquitectura puede ayudar a dar un espacio de confianza, y generar un fragmento de ciudad que invite a la cultura de la sociabilidad.
El tema de la vivienda social es quizás el reto más importante y difícil al que se enfrentan los arquitectos actualmente. En una situación global de crisis, la vivienda colectiva puede ayudar a dar estabilidad y devolver la confianza que parece haberse perdido en muchas capas de la sociedad actual. La confianza en los vecinos, la posibilidad de contar con ellos, generando una comunidad en la que todo el mundo pueda sentirse acompañado y pueda apoyarse en cualquier momento que lo necesite, es una necesidad hoy, y la arquitectura puede colaborar de forma decisiva. Colaborar en invertir una tendencia al aislamiento y la individualidad, favorecer la comunicación, el conocerse y relacionarse, el contacto físico y comunicativo entre vecinos, para que el vecindario pueda funcionar como una primera estructura social dentro de la sociedad. El Edificio 111 en Barcelona investiga y experimenta al respecto, con la preocupación de generar un marco que invite a la relación entre vecinos.
El centro del proyecto es un gran vacío, ocupado por tres árboles y una fuente, rodeado de balcones y terrazas, a modo de gran teatro cuyo patio de butacas está rodeado de lonjas y galerías que se abocan a él. Del mismo modo, los vecinos salen a hacer vida en sus balcones y se asoman para relacionarse o mirar el paisaje a través de una enorme apertura que enmarca el Parque de Torrebonica. Este patio comunitario es una plataforma de relación social, donde la gente de procedencia y cultura muy diversa se comunica y entabla amistad: el gran vacío los une. Como en el teatro, la dimensión y proporciones de ese vacío han sido claves para que la tensión entre los límites y la relación vecinal exista de forma justa.
A este centro vacío se llega por una excavación del gran macizo que es el edificio hacia el exterior. Las fachadas se comportan como una coraza con texturas, que dialoga por su claroscuro con el bosque de pinos que le rodea. La manzana se presenta hacia el visitante como una enorme roca, colocada en este paisaje de pinos y rieras secas, que se erosiona, como también lo hace este paisaje, por permitir traspasos y articulaciones entre los cuerpos de las viviendas. Desde el exterior unitario, que se manifiesta como una única casa, hacia el interior múltiple, donde las 111 casas se expresan en pliegues y balcones con toda su individualidad, existe un balance: esta fachada fuerte y maciza, de gravedad antigua, contiene y equilibra el interior fragmentado y amable.
El camino desde la calle hasta el interior de las casas, atravesando este gran patio, está modulado en una secuencia de escaleras y un cambio progresivo desde el ámbito más abierto y público hasta el ámbito más íntimo y privado del hogar. Los cierres se desdibujan y desdoblan en pliegos superpuestos para acordar uno y otro extremo, trabajando sobre el límite para graduar la relación entre lo público y lo privado. De un extremo a otro, del dormitorio a la calle, el recorrido es variado y siempre distinto. El hecho de saludarse en familia se mezcla con los saludos a los vecinos del patio, con lo que éste se convierte en una extensión del núcleo familiar, donde amigos y conocidos acompañan el día a día en una segunda escalera de privacidad. La tranquilidad con la que las madres dejan que los niños vayan a jugar al patio, donde la compra cotidiana puede confiarse a los demás, donde la puerta de casa se abre para invitar a pasar con naturalidad, confirma que la arquitectura puede ayudar a dar un espacio de confianza, y generar un fragmento de ciudad que invite a la cultura de la sociabilidad.