El 7 de agosto de 1957, Antoni de Moragas redacta un proyecto de reforma de un almacén que estaba a medio terminar, para la iglesia de Sant Jaume, en Badalona.
La estructura existente, un almacén de planta rectangular con una cubierta que todavía no estaba terminada, responde a un proyecto de 1947, en cuya memoria aparece la siguiente descripción: “En un solar que linda con la calle Marquès de Mont-roig, de Badalona, se proyecta construir una planta baja destinada a almacén. La construcción se realizará con muros de fábrica de ladrillo con mortero de cal y la cubierta con armaduras y correas de madera, sobre las que apoyarán y se fijarán unas planchas onduladas de fibrocemento. El pavimento se construirá con hormigón [...].”
El cura de la parroquia de Sant Jaume, por razones económicas, propone a Moragas la reutilización del almacén existente para edificar una iglesia, en un barrio obrero de Badalona. El proyecto, por lo tanto, marcado por un presupuesto muy ajustado, respeta y asume como valor el carácter industrial del edificio y del barrio.
El programa funcional se adapta a la planta existente. Así, la sala se ilumina mediante las aperturas existentes en la fachada lateral, a las que Moragas adapta unos cerramientos de madera basculantes -que sobresalen de la cara interior de la pared mediante unos marcos especiales-, protegidos por unas celosías exteriores compuestas por piezas cerámicas cuadradas.
El corazón, accesible mediante una escalera de madera, de la que no se llegó a construir la barandilla de tubo metálico presente en el proyecto, es una estructura compuesta por vigas y viguetas de madera, con un forjado, que a su vez es pavimento, de tablones de madera.
El baptisterio, delimitado por una celosía de piezas cerámicas hexagonales, tiene el mismo pavimento de piedra presente en la zona del altar, mientras que el pavimento de la sala es de baldosas, el mismo material utilizado para revestir las paredes de la iglesia y también para el zócalo, el banco y el respaldo del banco que hay en la fachada principal.
La pared del altar y el sagrario se revisten con listones de madera verticales, que también se utilizan para los módulos fijos de la carpintería de la fachada principal y del acceso a la sala.
Además de la barandilla metálica con pasamano de madera, la transición entre la sala y el altar se resuelve mediante cambios de pavimento (cerámico y de piedra), acentuados por escalones (de ladrillo macizo, colocado de lado, y de granito macizo).
El baldaquino se compone de dos vigas de madera en voladizo, empotradas en la pared del sagrario y sostenidas sobre la armadura en el otro extremo, mediante tirantes metálicos, y de unas viguetas que soportan unas placas de tablero microperforadas, iguales que las de la cubierta de la nave.
La intervención más consistente está en la fachada principal. Antoni de Moragas respeta la simetría de la fachada existente, colocando el campanario a eje con el acceso, mientras que el resto de elementos que introduce en la fachada tienden a una composición asimétrica (aunque la carpintería del corazón finalmente no se ejecutó según el proyecto).
Los pocos elementos utilizados —cierre fijo de plomo, cubierta de uralita y el campanario de hormigón armado que sostiene la cruz, hecha con la armadura de dos aros cruzados— siguen la lógica de estética “industrial” del proyecto.
La iglesia ha experimentado algunas modificaciones: los cristales de color amarillo y la ventana del baptisterio han sido sustituidos por vidrieras; el suelo cerámico, por gres; la escalera, la barandilla del altar y las celosías del baptisterio han desaparecido, y en la cruz se ha sobrepuesto otra de acero inoxidable. Aunque una sencilla intervención de restauración sería suficiente para devolverla a su estado original, en estos momentos está afectada por un expediente de derribo y por un proyecto que pretende edificar un bloque de viviendas en la fachada que da en la calle, y que haría retroceder a la iglesia, cuyo acceso se situaría en la fachada lateral.