Los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, más allá del meramente deportivo y urbanístico, representaron para la ciudad la recuperación de su historia, que se interrumpió en 1936. Ha sido el suceso de mayor trascendencia de los últimos tiempos, gracias al cual la ciudad ha recuperado su antiguo esplendor. Por eso se rebautizó el Estadio Olímpico con el nombre del presidente mártir, Lluís Companys.
De esa voluntad de unión con el pasado nació la idea de reconstruir el pabellón español que la República encargó para la Exposición Internacional de París de 1937. Dicho pabellón representó un acto de la República, ya en plena Guerra Civil.
En él se expresó todo lo que la República representaba para una gran parte de los ciudadanos, con la participación de los más importantes artistas españoles, que realmente lo eran a nivel mundial: Picasso con su Guernica, hecho expresamente para el edificio, El campesino catalán en revuelta de Joan Miró, Montserrat de Julio González, la Fuente de Mercurio de Calder, y el edificio de Josep Lluís Sert, con la colaboración de Luis Lacasa por encargo directo del Gobierno de Madrid.
Se nos encomendó tal obra a pesar del poco material de que se disponía, pues, debido a la urgencia con la que se construyó, no se realizó un proyecto arquitectónico ad hoc. Sólo teníamos algunas fotografías, material ciertamente necesario pero que nada nos ilustraban, por ejemplo, sobre determinados materiales ni sobre los colores. El conocimiento de la obra de Sert, la interpretación de la documentación encontrada tanto en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid como en la Fundación Joan Miró de Barcelona y la lógica constructiva fueron las herramientas de las que nos servimos para reconstruir el pabellón.
El ministro de cultura de la época, Jorge Semprún, se comprometió a que en el transcurso de los Juegos el Guernica auténtico ocuparía el mismo lugar en el muro que en ese evento. No ocurrió así y el muro quedó vacío. Por respeto a la obra de Picasso, dejamos la pared de color gris, lo que más abunda en el cuadro, y sobre ella la firma de Picasso en blanco (conviene recordar que el Guernica nunca fue firmado).
El proyecto se inscribe en los cánones del racionalismo del GATPAC, de acuerdo con los momentos en los que se hizo. Responde a un rectángulo de 28,8 por 10,8 y 12 metros de altura. Todo el edificio se adecua perfectamente a esta modulación.
Por todos es conocido el uso al que estaba destinado el pabellón tal y como lo construyó Josep Lluís Sert, es decir, como un pequeño escaparate estructurado en torno a un itinerario unidireccional, mediante el cual se podía ver el contenido programático que se exhibía.
Se accede a él por unos escalones que nos conducen al patio, prenda mediterránea por excelencia, y en el que se desarrollaron innumerables actos culturales. A través de una rampa, combinada con una escalera, se alcanza el nivel superior. Esta parte del edificio se aparta de los cánones más clásicos del primer racionalismo y apunta a formas orgánicas que poco después Alvar Aalto se eleva a característica propia dentro del racionalismo.
Desde el interior y siempre por recorridos prefijados, se va descendiendo hasta llegar a la puerta del primer piso, desde donde se sale al exterior, para bajar una escalera que deposita el visitante al final del recorrido.
El edificio, por sus características arquitectónicas, parecía destinado a un uso similar al original de París y, consecuentemente, debía ser posible realizar exposiciones de arte, por lo que nuestra reconstrucción se vio en la obligación de dotarlo de las instalaciones modernas: eléctricas, aire acondicionado, ascensor y un sótano, donde se pudieron colocar todas las máquinas que tal puesta al día exigía.