El cementerio está concebido como un parque, como “la casa de los vivos”, un lugar donde disfrutar del sol y la tranquilidad cualquier día de la semana. La configuración del parque aprovecha un promontorio del terreno para realizar un ojal longitudinal y crear un recorrido de bajada en zigzag, hasta llegar a un arroyo situado unos metros más abajo. El proyecto completo preveía los tres brazos del zigzag, si bien en la primera fase solo se ha construido uno y se insinúa el comienzo del segundo. Los nichos se disponen a ambos lados del recorrido formando terrazas intermedias. Unos pasos transversales facilitan el acceso a las terrazas laterales, generando un movimiento de ascensión y descenso cargado de connotaciones alegóricas. La construcción de los grupos de nichos se realiza siempre con piezas prefabricadas de hormigón, así como los revestimientos de los muros de contención. El resultado es que los fallecidos se encuentran siempre bajo tierra, y los visitantes del parque bajan hasta el nivel inferior hasta situarse en el mismo nivel de los fallecidos. La capilla se sitúa en la entrada del recorrido, induciendo a un ritual que comienza con el funeral y baja hasta cada nicho. Enric Miralles está enterrado en uno de los panteones que bordean la plaza que marca el giro entre el primer brazo y el segundo.
Tres grandes cruces reciben a los visitantes y nada más entrar en el cementerio encontramos la fosa común. Este es un elemento que habitualmente no tiene protagonismo y que suele colocarse en un lugar discreto, pero en este caso los arquitectos quisieron colocarlo deliberadamente al principio. La fosa viene definida por un gran muro con piezas geométricas idénticas de cemento prefabricado. La repetición, ya sea de elementos geométricos o de elementos vegetales, genera huecos, sombras y patrones, permanentemente animados por los juegos de luz, las hojas y el peculiar pavimento. El paseo termina en un callejón sin salida donde se han colocado las tumbas y los mausoleos. El proyecto no se completó, y se añadió un segundo y un tercer nivel de nichos, conectados por una escalera. Los diferentes bloques de nichos se organizan de forma que se adaptan al terreno. La forma ataludada que se consiguió con la superposición de cajones prefabricados, el recubrimiento con piedra de algunas partes y el ajardinamiento de la cubierta ayudan a alcanzar la integración. El pavimento de las zonas de acceso y de delante de los nichos tiene travesías de tren empotradas. Un voladizo curvado de hormigón protege los frontales de los nichos. Es en el segundo nivel donde encontramos el mausoleo del propio Enric Miralles, fallecido en 2000. Tampoco se acabaron la capilla ni el laboratorio de autopsias, que estaban en el tercer nivel y que quedaron a medio construir. Se puede pasear por dentro y está en el espacio de la capilla, tanto en el interior como en su cubierta exterior.
Desde la entrada principal, se accede a un camino sinuoso que cae hacia la principal zona de entierro. La ruta está llena de "loculi", nichos, que rodean el espacio deprimido como transición desde un nivel a otro. El camino se conceptualiza como el río de la vida que se mueve entre una amplia extensión abierta de las montañas como espacio memorial aislado, excavados por debajo del horizonte. La circulación por el cementerio surte más efecto procesional que funcional; no solo se centra en la organización de las parcelas en el cementerio, sino más bien en la experiencia que es capaz de transmitir. Los materiales del Cementerio de Igualada atan el proyecto al paisaje. Miralles y Pinós usan materiales terrosos y hormigón, piedra y madera en el proyecto. Los muros de gaviones y las travesías de madera incrustadas en el hormigón dan un aspecto descarnado y evocan el paisaje difícil y duro del lugar, dando al entorno una estética a la hora natural y trascendental, estimulando la experiencia sensorial y la intelectual.
En 1969-70, se hizo una modificación de límites entre el término de Òdena y el de Igualada, quedando los terrenos donde ahora se encuentra el cementerio en el término de Igualada. El cementerio viejo había quedado pequeño y el Ayuntamiento de Igualada convocó un concurso, en 1983, para hacer el nuevo donde estamos ahora, en un polígono industrial, junto a la riera de Òdena. El proyecto ganador era una propuesta muy alejada de la concepción de los cementerios tradicionales: no solo era un lugar de descanso y de memoria para los difuntos sino también un espacio para pasear, de reflexión y diálogo con la naturaleza. El proyecto tenía el nombre de Zementiri y constaba de tres ejes en forma de Z. Se construyó en diferentes fases, entre los años 1985 y 1994, pero está inacabado, ya que solo está hecho el palo de arriba de la Z.
Inicio de las obras en 1988. Inauguración de la 1a fase en 1992.
Premio F.A.D. en 1992.