Nuestra intención en este proyecto era hacer, en arquitectura, el equivalente a un camión de reparto de Coca-Cola: un container fácil de identificar y que asee el caos de un montón de cajas con botellas de diferentes medidas, desde la normal hasta la familiar.
El espacio definido por el edificio del COACB, cerrado por un muro cortina, en el que se debía instalar el Archivo Histórico, y nuestra incapacidad de diseñar en poco tiempo, y para pocas unidades, unos archivadores de planos, folios, fichas y diapositivas tan económicos y eficaces como los del mercado fueron los determinantes esenciales de la forma. Nos extenderemos un poco más sobre ambos conceptos.
El emplazamiento en una planta libre, de un edificio con muro cortina, fue el responsable de la posición de todo el archivo en el centro del recinto, con las circulaciones periféricas para no entrar en contradicción con un tipo de fachada pensada para dejarla al libre de muebles. El muro cortina. El muro cortina de la fachada existente, fue también el responsable de la elevación del pavimento para corregir los defectos del edificio, que tiene el alféizar demasiado alto. A nivel más anecdótico, ha sido responsable del tono oscuro de nuestra intervención en contraste con el blanco brillante del ambiente preexistente. También de la moqueta que cubre la parte nueva en contraste con el parqué existente.
Después de este proyecto, y realizando una cierta generalización de nuestra experiencia, nos arriesgamos a hacer la afirmación de que el muro cortina tiene muchas posibilidades en un edificio destinado a oficinas.
Reconocida nuestra incapacidad para diseñar y producir artesanalmente unos archivadores eficaces, (entendemos por eficaces que los cajones abran y cierren suavemente), que fueran también transportables y al mismo tiempo pudieran ampliarse en caso de crecer el archivo, pero sin tener que recurrir a los arquitectos y artesanos que los hubiesen construido, optamos por seleccionar el conjunto de archivadores que, a nuestro juicio, estuvieran mejor diseñados. Nos gustaría apuntar de paso que ni los fabricantes más potentes de mobiliario de oficinas se han preocupado de coordinar los tamaños entre los archivadores destinados a distintos usos, y que tampoco los tiradores de todos ellos responden al mismo criterio de diseño.
Nuestro punto de inicio, de utilizar unos archivadores producidos industrialmente, responde a una actitud en la que estamos especialmente interesados, porque, creemos nosotros, responde a un caso muy simple de lo que son los encargos más importantes de la arquitectura de interiores.
¿Cómo puede diseñarse un supermercado sin pensar que deberá utilizarse una de esas monstruosas neveras para productos congelados, quesos o leche?
¿Cómo puede diseñarse un bar sin pensar que dentro habrá una cafetera italiana llena de plásticos fluorescentes y otros embellecedores, y sin pensar que entre las mesas pronto el propietario instalará un par de jukebox?
¿Cómo pensar en el diseño de unas oficinas si olvidamos que su imagen estará en parte formada por los archivadores, las máquinas de escribir y las neveras de Coca-Cola?
El resultado de esta actitud es un cierto caos visual de archivadores de diferentes medidas y con distintos sistemas de tirador. Un caos que intentamos ordenar con la utilización de un solo y oscuro color para todos los tipos de archivadores y la introducción de unas repisas y soportes cilíndricos de madera que, resolviendo el problema funcional de superficies de trabajo para quienes trabajan en el archivo histórico, introducen un orden visual.
Así como las aseadas pilastras del Palazzo Taruffi mantienen la monumentalidad de un edificio con aberturas dispuestas asimétricamente, los cilindros de madera en las esquinas del Archivo Histórico son suficientemente importantes visualmente para admitir un cierto caos en el diseño y disposición de los archivadores.
Para tranquilizar a los funcionalistas, diremos que la función de estas columnas es resolver el problema de las esquinas que no tienen resuelto los fabricantes de archivadores.